domingo, 20 de septiembre de 2009

La obra

Nadie revisará detrás del telón,
Quienes arreglan hacen de esto una maravilla,
Y cuantos observan la diversión,
Se magnificarán de este espléndido arte.

Cantares de luces, y ambientes variados,
Muchos de éstos cambiaron las caras,
De quienes entraban y se sentaban,
Y que deseaban que esto comenzara.

Llévense un trozo de alegría de esto...

El primer acto empezó,
Voces que ovacionan, suspendidos por doquier,
Y colores en el escenario,
Que saltaron al cielo como una bella canción,

Qué alegría ver este juego de sensaciones,
Colores y sonidos fusionados,
Impactando en los corazones de las personas.

El segundo acto empezó,
Y un negro cuervo invadió el espacio,
Ni el más astuto lo imaginó:
Llegó la hora del hombre y su baile unitario.

Qué sincronía ver a este sujeto moverse,
Inclinaciones y giros combinados,
Vibrando con la base del enmaderado.

El tercer acto empezó,
Un grupo de hombres raperos apareció,
Con ellos botellas coloridas,
Unidos todos en un frenético breakdance.

Qué talento sentir ese ritmo callejero,
Golpes y gritos de chacota,
Aniñando incluso a los más impasibles.

El cuarto acto empezó,
Y hombres de amarillo serpenteaban,
Bajo un dragón dorado,
Que oscilaba con espléndido realismo.

Qué susto ver al dragón volar,
Simulado y formado por los hombres,
Exaltando esa pasión oriental.

El quinto acto empezó,
Enarcaron samuráis y espadachines,
De trajes negros y blancos,
Deslindando filosas espadas de azófar.

Qué pelea esa la que se está librando,
Ráfagas y obviadas tremendas,
Embistiendo aun al mismo escenario.

El sexto acto empezó
Y florecieron sensuales mujeres,
Vestidas de blanco gaviota,
Que giraron levantando las faldas.

Qué belleza ver aquellos contornos,
Esculpidos e iluminados de cana,
Oscilando con mucha pasión y cariño.

El séptimo acto empezó,
Se mostraron militares de trajes muy variados,
De diversa apariencia y nación,
Que se enfrentaron entre sí como perros y gatos.

Qué miedo presenciar la espantosa guerra,
Verdadera para los espectadores,
Siendo justo quienes vivieron estos sucesos.

El octavo acto empezó,
Y una luz bajó de lo alto,
Un magistral espíritu que alzaba las manos,
Y que cantaba apasionado.

Qué gusto ver descender al salvador,
Purificado y encarnado de Dios,
Llegando del cielo por orden del Creador.

De pronto, comenzó el telón a bajar...

Con ello hubo una luz que cegó,
A ese aforo y el espacio,
Al subir, se aparecieron los actores,
Contentos y delineados,
Agradeciendo al aforo por su presencia.

La gente aplaudió con devoción,
Aclamaron y lloraron,
Gritando con profundo fervor,
Y deslumbrados con la obra.

Al opacarse la luz, las personas se fueron,
Y quienes vieron la hermosa obra,
Supieron que el octavo acto jamás pasaría,
Por más bello que pudo haber sido.

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