domingo, 27 de septiembre de 2009

Los Imperios (I, II y III Reich)

Fueron tres los intentos de soberanía absoluta, en que se exigía el gobierno obligatorio de un emperador coronado, un kasier, o un fuhrer, los cuales, muchos de éstos – bien conocidos en su mayoría – no hicieron más que girar del reloj en sentido antihorario, es decir, alterar el pasar de la historia.
El primer imperio que azotó y deleitó efímeramente, o puede que no, a la Alemania, fue el Sacro Imperio Romano Germánico, creado a base de un conglomerado de países, que, aglutinándose entre sí, y promulgando el latin como idioma oficial, determinaron un Imperio que había de ser llamado, para los historiógrafos, el I Reich. Y es que de éste podemos extraer ciertos personajes importantes como Carlomagno y Napoleón I, emperador y artífice de la disolución del imperio, respectivamente. Una duración que, en mi pensar, fue muy largo: 968 – 1806, y una denominación extravagante, pues el término “Sacro” aludía al poder religioso, el catolicismo romano, sobre el “Imperio”. No encontramos un espectro político de este imperio sino del tipo Monárquico Electivo, por el cual el rey es elegido por medio de un voto, no del pueblo, en el caso de la democracia, sino de un grupo social elegido y restringido. Era cierto que la personalidad de este imperio fue único en su especie, pues no tenía nociones de convertirse en Estado Nación, mucho menos de ser llamado “Confederación”. El poder residía, como se dijo, bajo el mando del eclesiástico más venerado: el Papa, que era quien coronaba al Rey. Tal fue el caso del gobierno de Carlomagno (800 – 814). Esto y muchos otros sistemas de gobierno divirtieron a los del I Reich hasta llegada su disolución, en 1806, con la abdicación del emperador Francisco II, a manos de Napoleón I.
El segundo imperio fue un canto de victoria tras la guerra franco-prusiana (1870 – 1871) por parte de Prusia, quien, enloquecidamente, unificó territorios alemanes alrededor de éste, y consolidó así el Imperio, siendo el artífice primario el canciller Otton von Bismark. El periodo de este Imperio no superó los cincuenta años (1871 – 1918), y es que, muchos lo habrán notado, en este tiempo surgió el primer tifón bélico: La Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), cuyo final, asimismo, bajó el telón del II Reich.
Pero este período, a comparación del primero, trajo un gran apogeo para Alemania, tanto en avances científicos, como económicos. Fue, por tanto, que este imperio, junto al Imperio Británico (Siglos XVI – XX), se convirtió en una de las dos grandes potencias mundiales. Tras una sugestiva revuelta, Bismark es destituido por el nuevo Kaiser, Guillermo II, cuyo nombre inspiró a la nueva denominación de Alemania Guillermina. Éste nuevo gobierno trajo consigo la aparición de tan famoso tifón, y con ello, la caída del Imperio.
El tercer imperio, la bella tragedia alemana, que avergüenza incluso a los más inocentes y ensoberbecidos alemanes de hogaño. Un simple partido de obreros, en épocas de Paul Van Hindenburg (1925 – 1934), recibe la visita de un ambicioso artista, aparentemente remilgado, llamado Adolfo Hitler, quien, con razones radicales, decide formar el Partido Nacionalsocialista Alemán de Trabajadores (PNSAT, en alemán, Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei), y condicionar la razón nacionalista, fascista y anticomunista.
Este elocuente personaje sería nombrado canciller el 30 de enero de 1933, para luego promulgar leyes que exilien a cuantos no sean de origen ario, siendo víctima principal, los semitas (judíos). Ésta, y muchas otras ideologías - como la aprobación de la violencia y la naturaleza totalitaria, extraídas en gran parte del fascismo de Mussolini- causaron el enamoramiento de los alemanes hacia Hitler, a quien llamaron más tarde, en 1934, tras la destitución de Paul Van Hindenburg, el Führer. Tal amor platónico fue dado al desnudo durante las Olimpiados de Berlín (1936), cuando el aforo, alemán y extranjero, elevó sus manos en señal de veneración hacia Adolfo, diciendo: “Heil Hitler!”. Asimismo, se acrecentaron los flujos económicos y los avances científicos en el Imperio Alemán, que trajeron consigo el aumento del poderío militar. Este provecho necesitaba, por tanto, más militares, obviamente, de origen alemán, por lo que se fueron vaciando los puestos de trabajo en el sector burgués, público y regional. Ante la tentativa, el imperio capturó y esclavizó a centenares de semitas y otras razas étnicas, con el fin de usarlos como “trabajadores”. Esto, sin lugar a dudas, fue un factor primo en la génesis de la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945). El grito de guerra ocurrió, y los Aliados y las Ejes se enfrentaron con más vigor que en la Primera Guerra Mundial. Los soldados forcejaron hasta el más no poder, y no hubo segundo de descanso que excusara las miles de muertes que sucedían continuamente. Fue todo un instante de terror, para todos los países del orbe, y para los estados, que observaban boquiabiertos y rogaban, claro que a voz muda, el fin de la guerra. Finalmente, el 30 de abril de 1945, las fuerzas soviéticas invaden Berlín hasta llegar al Führerbunker: El bunker donde se alojaba Htiler, éste, sin más opciones que rendirse, y tras oír comentar del futuro tratado de paz, a boca de Heinrich Himmler, “el traidor”, opta por suicidarse, con una suculenta dosis de cianuro y un buen balazo en la cabeza. Hubo, al trote de los días, ovaciones que se elevaron, y con ello, el fin de la guerra, y del Tercer Reich.
No hay duda de ello: Han sido muchos los itinerarios, las ambiciones recorridas, los delirios nacionalistas, los portentos bélicos, y las ilusiones absolutistas, pero en un marco teórico, donde no hay paz que surja de la guerra, hemos de saber que la Alemania fue el ente de ambición por antonomasia.

(Sacro Imperio Romano Germánico, Alemania Guillermina, Alemania Nazi)

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